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Aventuras en el tiempo

Parte IV

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Los dos hermanos regresan a casa en el camión escolar, Carlos mira por la ventana y Daniel se encuentra leyendo un cómic de Astérix y Obélix. Antes de llegar a su casa, Daniel cierra su cómic y voltea a ver a su hermano.

–¿Sabes a qué personaje me gustaría conocer hoy? –Daniel pregunta en voz baja para que ninguno de sus compañeros lo pudiera escuchar.

–Dime, hermano. ¿A quién?

–¡A Astérix y a Obélix! –Daniel responde emocionado–, son unos guerreros galos que lucharon contra los romanos.

 

Carlos intenta disimular una sonrisa y toma en sus manos la historieta que su hermano estaba leyendo. Sin decir nada coloca su dedo en la portada.

–¿Qué dice aquí, hermano? –Carlos pregunta.

–Astérix legionario.

–¿Y abajo, en letras más chicas?

–Guión de Goscinny e ilustraciones de Uderzo –Daniel responde después de leer lo que su hermano le había indicado.

–Ellos fueron los creadores de las aventuras de Astérix y Obélix –Carlos comienza a explicar–, son personajes inventados dentro de situaciones imaginarias y otras reales.

–O sea, ¿no existio el druida Panorámix ni el emperador Julio César?

–¡Claro que existió Julio Cesar! –Carlos exclama conmocionado–. Es más, hoy viajaremos en el tiempo para conocerlo.

–¿Conocer a Julio César? –Daniel pregunta atónito–. ¿No es malo?

–Podemos ir y se lo preguntamos –Carlos responde levantando los hombros.

 

El camión escolar hace un alto total frente a una casa y de manera automática, los hermanos se levantan del asiento, agarran la mochila y descienden del camión. Caminan hasta el interior de su casa y corren por las escaleras hasta llegar al cuarto de Carlos y al entrar arrojan sus mochilas al piso y caminan al armario; sacan la maquina del tiempo y se preparan para otra aventura.

–¿En qué año vivió Julio César? –Daniel pregunta antes de girar la perilla.

–Vivió entre el año 100 y 44 antes de Cristo, yo creo que podemos llegar en el año 53 y como no tenemos ropa de esa época tendremos que conseguir algo.

 

Sin perder más tiempo, Daniel gira la perilla y coloca el año 53 a.C. en la máquina del tiempo y aprieta el botón rojo. De nuevo, su cuarto empieza a girar hasta que todo se convierte en una mancha borrosa; cuando todo se detiene se dan cuenta de que se encuentran a mitad de una plaza decorada con un gran obelisco y una fuente en la que las personas tomaban agua. En una esquina de la plaza se escucha un fuerte barullo ya que justo en ese momento se estaba llevando a cabo la venta de esclavos. Nadie se fijó en el par de niños que habían aparecido de la nada a la mitad de Roma.

–Ven, hermano. Tenemos que conseguir ropa, aquí llamamos mucho la atención con el uniforme escolar.

 

Los dos hermanos se escabullen hasta el mercado de esclavos y sin ser vistos toman dos túnicas que se encuentran desatendidas, se cambian lo más rápido posible y empiezan a caminar descalzos por la impecable ciudad.

–¿Cómo vamos a encontrar a Julio César? –Daniel pregunta mirando a su alrededor. Todos vestían unas túnicas parecidas a las de ellos y calzaban sandalias.

–Iremos a su palacio e intentaremos entrar –Carlos responde alzando los hombros–, es cuestión de encontrar ese lugar.

–¿Le preguntamos a alguien? –Daniel cuestiona.

–¡Buena idea! Veamos. ¿Quién nos podría ayudar?

 

Los hermanos se mezclan entre el gentío, buscando a una persona que pudiera ayudarlos, pero todo el mundo tiene prisa y se encuentra centrado en sus propios asuntos. Un poco decepcionados, se alejan de la plaza y caminan sin rumbo por las calles romanas. Una patrulla de soldados romanos pasa a su lado y los hermanos ven asombrados como marchan de manera impecable. Al fondo de la calle observan a un soldado haciendo guardia, sin dudarlo, Carlos y Daniel caminan hacia él.

–¡Buenas tardes! –Carlos saluda de manera educada–. ¿Sabe en dónde se encuentra el palacio de Julio César?

–¿Para qué quieren dos niños visitar el palacio del César? –El guardia pregunta de manera despectiva.

–Es la primera vez que mi hermano visita Roma y le quería enseñar el magnífico palacio –Carlos responde tratando de convencer al guardia.

–Bah, no hace daño mirar un poco. ¿Verdad, niños? –el soldado comenta con una leve sonrisa–, sigan derecho por esta calle, al final giren a la derecha y aparecerá ante sus ojos el palacio del César.

–¡Muchas gracias! –Daniel excama emocionado mientras comienza a caminar siguiendo el camino indicado.

 

Al dar vuelta en el final del camino, ante sus ojos aparece un imponente edificio, construido con mármol de color blanco y rojo; una fuente decora la entrada principal y a ambos lados de la escalera se alcanzan a ver dos estatuas de leones y en las escaleras ven a dos soldados, vestidos con uniformes amarillos y una lanza en la mano. Los soldados impiden el paso a cualquier persona no autorizada para entrar.

–¿Cómo vamos a entrar? –Daniel pregunta mientras ve como los soldados golpean a una persona que intentaba ingresar al palacio.

–No lo sé, hermano. No quiero tener problemas con los guardias romanos. Vamos a sentarnos y a observar un momento.

 

Los dos hermanos se sientan en una banca y observan atentamente a todos lo que ingresan en el palacio. Después de un par de horas se les presenta la oportunidad… varias carretas llenas de heno están entrando al palacio. Los hermanos corren y de un salto se esconden en la paja. Una vez dentro, empiezan a recorrer los impecables pasillos del palacio, observando detenidamente los adornos y las estatuas hasta que unos guardias los detienen. Los agarran del brazo y los llevan ante Julio César.

 

 

–Ave, encontramos a dos espías dentro del castillo –el guardia explica.

–Muy bien hecho centurión, llévenlos al calabozo –Julio César ordena sin siquiera mirar a los niños.

–Tenemos algo de información que quizá te pueda ayudar más adelante –Carlos grita mientras forcejea con el guardia–. ¡Es sobre la batalla de Alesia!

Julio César levanta su mano derecha y los guardias sueltan a los niños.

–Salgan de la sala, déjenme solo con los niños –Julio César ordena sin apartar la mirada de Carlos.

 

Los seis soldados y los cuatro esclavos que se ecuentran dentro de la sala salen rápidamente, siguiendo las instrucciones de Julio César. Cuando la sala se queda vacía, el emperador se sienta en un gran sillón y les indica a los niños que hicieran lo mismo. Se sirve un poco de vino en una copa de oro y le da un largo trago antes de comenzar a hablar.

–Me pueden decir, ¿cómo es que dos niños saben algo sobre Alesia?

–La explicación puede ser difícil de creer, pero vamos a necesitar que crea todo lo que le vamos a decir ya que puede resultarle útil –Carlos comienza a decir–, venimos del futuro gracias a una máquina del tiempo. Conocemos todo sobre usted porque estudiamos sobre la antigua Roma en la escuela.

 

Julio César se atraganta con otro trago de vino y mira con cara escéptica a los niños que tiene delante.

–Si eso es cierto, plátiquenme un poco sobre Alesia –Julio César pide mientras les indica que coman algo de la fruta que se encuentra en un platón, también de oro.

Daniel toma un racimo de uvas y comienza a comerlas mientras que Carlos le da un mordisco a una manzana.

–En un año, no sé bien qué día, el jefe arverno llamado Vercingetórix se va a rebelar –Carlos comienza a narrar la historia que él bien conoce–, va a unir a los pueblos galos y comenzarán una serie de ataques, evitando el enfrentamiento directo.

–Ya veo, Vercingetórix, lo conozco bien –Julio César exclama mientras coloca la mano en su barbilla y entrecierra sus ojos–. ¿Sabes qué táctica utilizará?

–No entiendo muy bien de tácticas pero sé que se llama la táctica de tierra quemada –Carlos responde antes de darle otra mordida a la jugosa manzana–, te recomiendo centrarte en la ciudad de Avárico ya que según los libros, en esa ciudad pudiste recoger las provisiones que necesitas.

–Muy buen, muy bien. ¿Pero qué tiene que ver Alesia?

–Vercingetórix, después de varias luchas se refugia en ese lugar. Ahí te recomiendo sitiar la ciudad en lugar de atacar. Tu sabrás más de ese tema que yo, pero la historia dice que sitiaste Alesia y construiste murallas, cavaste fosas y al final terminaste ganando.

–¿En un año dices que va a pasar todo eso? –Julio César pregunta viendo a los ojos al niño de la manzana.

 

Carlos asiente con la cabeza mientras mastica la manzana, Julio César se levanta y empieza a caminar en círculos, hablando en voz baja consigo mismo. Después de un corto periodo de tiempo se detiene y señala a los niños.

–Me brindaron una ayuda invaluable, si lo que dicen es cierto, claro –Julio César comienza a decir–, se ganaron el favor del César y los dejo en libertad.

–¿Éramos sus prisioneros? –Daniel pregunta con miedo.

–Iba a encerrarlos en una mazmorra y después mandarlos al circo con los leones, ya que ese es el castigo para los espías. Pero son libres, continúen con su camino y déjenme en paz.

 

Carlos saca la máquina del tiempo y antes de que Julio César pudiera cambiar de idea, desaparecen de Roma y regresan a su cuarto.

–¡Qué emocionante! –Daniel exclama después de haber guardado el aparato.

–Quién se hubiera imaginado que Julio Cesar tuviera tan mal humor, no me hubiera gustado estar en el circo con los leones.

–¡Ya quiero que llegue el día de mañana y viajar de nuevo! –Daniel comenta sonriendo.

–Pero tenemos que irnos con cuidado, no sabemos que peligros podamos encontrarnos –Carlos termina de forma seria.

 

FIN

 

 

 

Aventuras en el Tiempo Parte IV © Diego Diz Rodríguez

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