Katherine y Aiden caminan lado a lado en el inmenso desierto de Noliac. Los dos traen puestas unas túnicas grises para protegerse del sol y de los fuertes vientos que azotan el desierto; no les preocupa cubrir su camino porque el aire lo hace por ellos.
– Se aproxima una tormenta de arena – Aiden comentó al ver una gran pared de arena que se acercaba del sur –, será mejor que lleguemos a la cabaña antes de que la tormenta nos alcance.
– ¿No pudimos haber salido en otro momento? – Katherine interrogó ciñéndose la túnica al cuerpo.
– No hagas esto más pesado – Aiden imploró entrecerrando los ojos para evitar que la arena entrara en ellos.
El fuerte viento hace casi imposible caminar en línea recta, la visibilidad se ha reducido y sólo se distinguen los objetos que se ubican a pocos metros de distancia de ellos.
– No se puede seguir así – Katherine expresó mientras utilizaba la túnica para tratar de controlar su pelo que se agitaba salvajemente.
– Déjamelo a mí – Aiden solicitó frenándose bruscamente para hacer fuerza y evitar que la corriente lo moviera.
Inmediatamente, Aiden junta los dedos de sus manos formando un círculo, cierra los ojos y susurra; – tropterc – después, una esfera de energía empieza a formarse a su alrededor. A los poco segundos, se ha cerrado por completo.
– ¿Mejor? – Aiden preguntó orgulloso.
– ¿Por qué no hiciste eso antes? – Katherine cuestionó mientras veía cómo la arena chocaba y rodeaba el escudo invisible.
– Porque se me ocurrió en este momento – Aiden respondió levantando sus hombros –, pensé que estarías agradecida.
– ¡Lo estoy! – Katherine exclamó mientras continuaban caminando –, pero me hubiera gustado que hicieras algo para poder ver hacia dónde nos dirigimos.
– Pides mucho, por ahora, nos las tendremos que arreglar con lo que tenemos – Aiden aseguró visiblemente molesto –. Trata de no alejarte mucho de mí.
Katherine asienta con la cabeza mientras se acerca un poco más a Aiden. Los dos continúan caminando por el desierto, suben y, a veces, rodean las dunas que se encuentran en su camino. Al poco tiempo, recorren el resto del camino sin dificultades e interrupciones.
Finalmente, ante sus ojos aparece una casa de un solo piso construida de piedras y maderas. Aiden se pega contra la pared, hace desaparecer el escudo de energía que los protege y golpea la puerta esperando a que alguien pueda escucharlo.
– ¿Por qué hiciste desaparecer la esfera? – Katherine sondeó gritando sobre el estruendo que producía el viento –, ¿no podías esperar a entrar?
– ¿Qué dices? – Aiden gritó –, no te escucho.
Antes de que Katherine pudiese responder, la puerta de la casa se abre de golpe. Aiden entra en ella seguido por Katherine. Una vez adentro, cierran la puerta para evitar que entre más arena a la casa.
– Nunca había visto una tormenta igual a ésta – Katherine comentó sacudiéndose la arena que tenía encima.
– Esa es la razón por la que casi nadie vive fuera de las ciudades – Anya enfatizó.
Aiden y Katherine dan media vuelta a una velocidad sobrehumana con las armas en mano, listos para atacar.
– ¿De dónde saliste? – Aiden preguntó recuperándose del susto –, no te vimos en el camino.
– Vengo aquí cuando tengo que huir de la cólera del emperador – Anya confesó –, es mi escondite, muy pocas personas lo conocen.
– ¿Por qué necesitas un escondite? – Katherine curioseó mientras enfundaba sus dagas.
– Soy una prisionera del emperador – Anya reveló caminando hacia la puerta –. Fui tomada en una de las excursiones que hizo en Nogor. Los soldados del emperador mataron a mi familia y a mí me llevaron al palacio para servirle al rey.
– ¿Por qué no regresas a Nogor? – Aiden interrogó en lo que caminaba hacia una de las sillas que había dentro de la casa y se sentaba.
– Es prácticamente imposible cruzar el desierto solo – Anya remató asustada por la idea.
– ¿Te unirías a nosotros? – Katherine indagó –, de esa forma, podrías recorrer segura el desierto y escaparías del emperador.
– Lo siento, pero tengo otra cosa en mente – Anya confesó mientras ponía el seguro de la puerta –, no puedo dejarlos ir a Nogor y Glogor para sembrar el caos.
– ¿Qué estas haciendo? – Katherine expresó poniéndose en guardia.
– Anya, no te preocupes – Aiden dijo sereno –, no está en nuestros planes hacer lo que Orgon nos solicitó.
– Entonces, ¿a qué vinieron? – Anya increpó confundida.
– Fuimos contratados para cumplir la petición del emperador – Aiden empezó a contar –, y esa era nuestra intención hasta antes de conocer las intenciones de Orgon.
– ¿No haremos nada? – Katherine señaló.
– Para nada, Katherine – Aiden interrumpió –, ayudaremos a los necesitados.
– ¿Cómo planeas hacer eso? – Katherine continuó.
– Pondremos orden en las otras ciudades y quitaremos a Orgon del poder – Aiden declaró –, y para eso tendremos que viajar a Nogor y a Glogor.
– ¿De verdad harán eso? – Anya preguntó esperanzada.
– No sé si podamos hacer todo eso nosotros – Katherine exclamó –, pero lo intentaremos.
– Necesitaremos de tu ayuda, Anya – Aiden comentó –, ¿nos podrías guiar a tu ciudad?
– No vamos a salir ahorita, ¿verdad? – Katherine sondeó.
– No – Anya respondió tajantemente –, esperaremos a que pase la tormenta.
– Mientras tanto, cuéntanos un poco sobre ti, Anya – Aiden propuso.
Anya se sienta en la pequeña cama que se encuentra en un rincón del refugio, dejando un par de sillas para que Aiden y Katherine las ocupen. En ese breve momento, una fuerte oleada de viento hace que la puerta se abra de golpe. Aiden da dos grandes zancadas y llega hasta la puerta, cerrándola. Antes de atrancarla, alcanza a ver a dos personas caminar entre la tormenta.
– ¿Quién más conoce este lugar? – Aiden preguntó una vez que la tranquilidad había regresado.
– No es un lugar escondido – Anya respondió levantando los hombros –, cualquiera que pase por aquí, puede utilizarla para resguardarse de las tormentas. De hecho, existen varias guaridas de este tipo en este reino.
– Eso está bien – Katherine completó mientras tomaba asiento.
– ¿Cuántos años llevas bajo las órdenes de Orgon? – Aiden preguntó mientras se posicionaba a un lado de Katherine.
– Ya llevo ocho años con él – Anya respondió moviéndose incómoda en la silla.
– ¡Pero si no has de tener más de quince años! – Katherine exclamó sorprendida –, ¿cómo es que nadie ha hecho algo al respecto?
– Tengo dieciséis años – Anya enfatizó molesta –, y sí, sí hemos intentado escapar un sinfín de ocasiones e incluso hemos organizado una pequeña rebelión, pero el emperador Orgon tiene un gran y poderoso ejército, y sus guardias personales son de los más sanguinarios que hay. Son personas que disfrutan al provocar dolor y sufrimiento.
– Cuéntanos tu historia – Aiden repitió en tono amable.
– No sé por qué tienes tantas ganas de saber sobre mi vida – Anya se quejó –. Pero ya que insistes tanto, se las contaré. No esperen algo interesante ni entretenido.
– Todas las historias son interesantes – Aiden animó –, puedes aprender una valiosa lección de ellas.
– Todo empezó unos días después de mi octavo cumpleaños, lo recuerdo a la perfección – Anya comenzó a contar más animada –, ayudaba a mi papá en nuestra granja, que se encontraba en las afueras de la ciudad. Mi familia siempre se había dedicado al campo: mi papá, con ayuda de mis dos hermanos, trabajaban y cosechaban diferentes tipos de alimentos; y mi mamá y yo nos encargábamos de venderlas en el pequeño mercado. No nos iba muy bien, pero teníamos un techo para dormir y comida en nuestros platos.
En ese entonces, era temporada de nuevas cosechas por lo que todos ayudábamos a plantar. Ya estábamos cerca de terminar nuestras tareas, cuando de pronto se escuchó un silbido que atravesaba el aire; al final, una flecha cayó entre mi hermano mayor y mi papá. Asustados, levantamos la vista y vimos a los guardias de Orgon correr hacia nosotros. Mis hermanos y mi papá tomaron los utensilios de la granja para usarlos como armas y nos indicaron a mi mamá y a mí que corriéramos hacia la ciudad. Pero la guadaña, el rastrillo y la pala no fueron rivales frente a las afiladas y resistentes espadas del rey.
Aiden y Katherine asientan en silencio para no interrumpir el relato de Anya. Ella hace una pequeña pausa para ordenar sus ideas y, después de un suspiro, continúa con su relato.
– Mi mamá me advirtió que a pesar de lo que escuchara no volteara, y yo la obedecí. Pude escuchar risas, gritos, golpes y que muchas personas intentaban huir. Eso me dio a entender que mis hermanos y mi papá habían caído, y los soldados no tardaron mucho en alcanzarnos. Yo sólo sentí que nos rodeaban y, lo último que escuché fue a mi mamá gritar hasta que sentí un fuerte golpe en la cabeza. Después de eso se nubló mi vista y desperté en un cuarto desconocido para mí. A partir de ese momento, comencé a trabajar para el emperador.
– Lo siento mucho – Katherine enunció después de que Anya terminó de contar su historia.
– Lo que deseo es regresar a mi hogar y averiguar qué fue lo que le pasó a mi mamá – Anya dijo con los ojos llorosos.
Aiden la observa como realmente es, una niña que ha pasado por cosas que nadie debe experimentar, alejada de su familia a una muy temprana edad; por eso, se jura a sí mismo que, sin importar lo que cueste, ayudará a Anya a encontrar a quien quede de su familia y hará pagar al emperador.
– Como dije, es una historia interesante – Aiden concluyó –, interesante pero llena de sufrimiento.
Anya asienta, se limpia las pocas lágrimas que ha derramado y voltea hacia la ventana tratando de ocultar su tristeza.
– Ya podemos salir de aquí – Anya comentó sorbiéndose los mocos –, la tormenta está pasando.
– ¿Conoces el camino? – Aiden sondeó –, nosotros estudiamos los mapas y tenemos una idea vaga del terreno, pero es mejor contar con alguien que esté familiarizado con él.
– No soy una experta, pero haré mi mayor esfuerzo – Anya respondió.
– Estoy segura de que entre los tres llegaremos sin problema a Nogor – Aiden comentó sonriendo mientras caminaba hacia la puerta –. Propongo que salgamos ahora.
Aiden abre la puerta para que Anya pueda salir, seguida por Katherine. Al final, Aiden sale y parten del refugio.
– Lo que yo haría, sería caminar hacia el norte hasta dar con Nogor – Aiden espetó mientras tapaba el Sol con una mano y escudriñaba el horizonte.
– La mejor opción sería encontrar el río Tlonc y caminar corriente arriba hasta llegar a las dos ciudades – Anya contó mientras emprendía el paso hacia el este.
– Poniéndolo de esa manera, no veo mayor complicación – Aiden expresó sonriendo.
– ¿Qué peligros nos podemos encontrar? – Katherine cuestionó mientras caminaba atrás de Anya.
– Los bandidos y los saqueadores son los más peligrosos – Anya declaró sin mirarla –, ellos tienen un campamento a las orillas del río. Animales salvajes no hay muchos, pero siempre hay riesgo de encontrarnos con algunos sancrens y con uno que otro tortfeyo.
– ¿Sancrens? ¿Tortfeyo? – Katherine interrumpió volteando a ver a Aiden.
– Tú conoces a los sancrens bajo el nombre de alacrán – Aiden respondió rápidamente –, sólo que aquí son de color verde oscuro y los tortfeyo son tortugas gigantes de un color entre rojo y anaranjado y lanzan bolas de fuego por la boca.
– Por lo visto nos espera un viaje tranquilo – Katherine añadió sonriendo.
– ¿No les preocupan los bandidos? – Anya averiguó temerosa.
– Me preocupa más la tortuga gigante que escupe fuego – Katherine exclamó divertida –, los humanos son predecibles.
– No tienes que preocuparte por nada – Aiden agregó –, nosotros te protegeremos.
– ¿Qué tan lejos pueden escupir su fuego? – Katherine preguntó empecinada en platicar sobre ese tema.
– Cerca de quince metros – Anya respondió.
– ¡Quince metros! – Katherine exclamó frenando en seco –, y ¿lo que te preocupa son unos saqueadores?
– Los tortfeyo no atacan, si no son provocados – Anya dijo sin retractarse –. Por el contrario, los saqueadores viven de atacar a los ciudadanos indefensos y quedarse con sus posesiones.
– Los miedos se crean con base en las experiencias y creencias de cada persona – Aiden comentó.
– ¡Yo no le tengo miedo al fuego ni a unas tortugas gigantes! – Katherine soltó rápidamente –, lo que pasa es que una criatura de esta índole me parece fascinante y me gustaría verla.
– Si tenemos algo de suerte, podremos encontrarnos con alguna en el camino – Anya concluyó –. Por lo pronto, hemos avanzado bastante y ya nos encontramos cerca del río.
– ¡Tienes razón! – Aiden exclamó sorprendido –, si ponen atención se alcanza a escuchar.
Katherine agudiza el odio y alcanza a percibir el suave sonido que produce el agua del río, corriendo incansablemente hacia el sur de Noliac. Muy pronto, los tres avanzan por el gran desierto y rodean las grandes dunas que hay en su camino.
– No nos vendría mal un poco de aire – Katherine se quejó mientras se secaba el sudor que le caía en el rostro.
– ¿Quién te entiende? – Aiden preguntó riendo –, ¡antes te quejabas de eso!
– Tampoco es que quiera otra tormenta como la de antes – Katherine explicó en lo que tomaba su cantimplora y le daba un trago –. ¡Pero caminar bajo estos rayos del sol! No creo que sea bueno para nadie, la verdad.
– ¡Ahí está el río! – Anya interrumpió señalando hacia el noreste –, llegaremos a él en unos minutos.
– Cómo tengo ganas de entrar en él y refrescarme – Katherine aseguró después de ver hacia donde Anya señalaba.
– No te recomiendo mucho hacerlo – Anya comentó rápidamente –, en estos ríos puedes encontrar varias narpas.
– ¿Narpas? – Katherine preguntó decepcionada –, y ¿esos qué son?
– ¿Cómo puedo describirlas? – se preguntó Aiden a sí mismo –. Son unos seres acuáticos, semi-transparentes y planos, parecidos a las rayas.
– Lo que los hace peligrosos es que en la parte inferior de su cuerpo tienen miles de pequeñas bocas repletas de dientes que se entierran en la piel. Una narpa en solitario no es peligrosa, pero la saliva de esa criatura atrae a otras – Aiden explicó.
– Ya veo – Katherine interrumpió haciendo una mueca de desagrado –. No digas más, ya se me quitaron las ganas de refrescarme… Gracias.
Aiden se acerca a la orilla del río y sin meter los pies se asoma intentando ver alguno de esos animales, pero no obtiene éxito. Después de esa pequeña pausa, los tres continúan caminando río arriba en silencio.
Los minutos pasan y la ciudad no aparece ante sus ojos, el camino más bien monótono los está cansando; de repente, una fuerte explosión hace que los tres se sobresalten. Anya y Katherine se avientan al piso siguiendo su instinto y Aiden, desconcertado, trata de descubrir qué fue lo que produjo ese sonido.
– Parece que no nos tendremos que preocupar mucho por los saqueadores – Aiden pronunció tranquilo.
– ¿Por qué dices eso? – Katherine preguntó mientras se levantaba y se sacudía la arena de la ropa.
– Katherine, vas a poder ver un tortfeyo de cerca – Aiden anunció señalando hacia el norte.
Anya y Katherine voltean a ver hacia donde apunta el dedo de Aiden y a la distancia ven a un gran tortfeyo rodeado por catorce personas. No se alcanza a apreciar mucho más ya que se encuentran a una gran distancia.
– ¡Tenemos que ayudar! – Katherine enunció mientras empezaba a correr hacia la batalla.
– ¿Va a ayudar a los saqueadores? – Anya preguntó asombrada.
– Conozco demasiado bien a Katherine – Aiden contestó mientras desenfundaba su espada que colgaba del cinto –, ella se enfrentará a todos los saqueadores para salvar a ese animal.
– Pero, ¡el tortfeyo no necesita ayuda! – Anya exclamó asustada –, ¡son prácticamente indestructibles!
Sin embargo, la advertencia de Anya cae en oídos sordos puesto que Aiden corre tras Katherine. Mientras tanto, ella, ya se encuentra a pocos metros de los saqueadores, quienes, están muy ocupados luchando contra el gran enemigo.
Al momento en el que Katherine llega al lugar de la lucha, otra fuerte explosión cercana ocasiona que pierda el equilibrio y, de nuevo, termine en el piso.
– Ya no estoy tan segura de haber tomado la decisión acertada al venir a ayudar – Katherine se dijo a sí misma tratando de incorporarse.
– ¿Quién eres tú? – un saqueador que tenía cerca preguntó sin apartar la vista de la magnífica bestia.
– Una desconocida que trata de ayudar – ella remató –, pero por lo visto mi ayuda no es necesaria.
– ¿Que no es necesaria? – el ladrón preguntó atónito –. El tortfeyo está acabando con nosotros. Mira, te propongo algo: si nos ayudas, te daremos una porción de la recompensa que obtengamos por él.
– No venía a ayudarlos a ustedes – Katherine declaró asqueada –, me interesa más el pobre animal.
– ¡Vaya! – el saqueador exclamó pasmado mientras hacía girar su espada y apuntaba al pecho de Katherine –, entonces, no nos dejas más remedio que enfrentarnos contigo también. ¡Compañeros, tenemos una nueva integrante! Démosle la bienvenida.
Katherine contempla cómo los bandidos voltean la cabeza hacia donde ella está y esbozan una gran sonrisa. Ella, sin preocupación alguna, toma las dagas que siempre tiene atadas a su espalda y asume una posición defensiva. Por escasos segundos, la batalla se congela, Katherine mantiene la misma posición y mira a cada uno de los bandidos. Éstos a su vez empiezan a caminar hacia Katherine, ignorando por completo al tortfeyo. El primero en atacar es el saqueador con el que ha cruzado una serie de palabras. Él ataca con su espada, un típico golpe lateral que Katherine detiene con el filo de una de sus dagas sin esfuerzo.
– Tendrás que hacerlo mucho mejor que eso – Katherine retó a su contrincante.
– No me digas qué es lo que tengo que hacer – el atacante gruñó dando un par de pasos hacia atrás.
Katherine se prepara para atacarlo, pero siente un fuerte empujón que hace que salga volando unos metros fuera de la batalla. Segundos después, una enorme bola de fuego aterriza en el lugar en el que ella se encontraba, calcinando al saqueador en unos instantes.
– Nunca dejes de estar atenta a lo que te rodea – Aiden sermoneó mientras le tendía una mano.
– ¿Qué fue lo que sucedió? – Katherine indagó adolorida.
– Tuve que sacarte de ahí – Aiden contestó –, si no, hubieras terminado como tu nuevo amigo.
– Sabes, estoy empezando a cansarme de la arena – Katherine comentó quitándose la arena de su ropa por tercera ocasión.
– Creo que lo mejor será continuar con nuestro camino – Aiden solicitó viendo como los saqueadores que quedaban huían.
Aiden y Katherine esperan estáticos a que su guía llegue, sin quitarle los ojos de encima al tortfeyo.
– Les dije que esa criatura no necesitaba ayuda – Anya los reprendió mientras el tortfeyo daba una vuelta extremadamente lenta y continuaba su camino hacia el sur.
– Lo siento, Anya – se disculpó Aiden mientras lanzaba una mirada acusadora a Katherine –, para la próxima te obedeceremos.
Anya asienta con la cabeza y sin mediar palabra, emprende el camino hacia el norte, teniendo siempre el río Tlonc a su derecha.
Los tres continúan con su camino; el paisaje resulta monótono y la arena se cuela en sus zapatos, lo que hace molesto tener que caminar. Pasan varios minutos en silencio y bajo los incesantes y poderosos rayos del sol.
– ¿Por qué nada puede ser normal en este mundo? – Katherine exclamó viendo con lástima el río –. Daría todo por poderme meter en el agua y nadar un rato.
– ¿Qué es eso que se ve a lo lejos? – Aiden indagó ignorando el comentario de su compañera.
– ¡Tienes muy buena vista! – Anya expresó admirada –, lo que ves al fondo son las ciudades de Glogor y Nogor. Ya no estamos lejos.
De la nada, el camino empieza a cambiar y lo liso del desierto queda atrás, dando lugar a un largo trecho repleto de dunas, lo que hace el caminar más lento y pesado para ellos. Después de haber subido y bajado cerca de una veintena de arenales, los tres hacen una pequeña pausa en la cima de una de las dunas más grandes para observar las pequeñas ciudades. La imagen que ofrece es muy diferente a la de Tlogor, en este caso, la pobreza ocupa gran parte de Glogor y Nogor: se observan casas en ruinas, granjas abandonadas y a muy pocas personas en las calles.
– Esa es mi ciudad – Anya comentó mirando fijamente hacía una casa en particular –. No es la gran cosa, pero nos pertenece.
Después de ese comentario, los tres emprenden el camino hacia la ciudad. Finalmente, han llegado a su destino.
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La Huida de Noliac Parte III © Diego Diz Rodríguez
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